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El mundo según Páramo

Nos gusta tanto Wallander

Nos gusta tanto Wallander Siempre fui aficionado a las novelas policiacas, también conocidas en ámbitos literarios como ’género negro’. He leído clásicos y menos clásicos, norteamericanos, británicos, franceses y españoles. Pero hasta que di con Henning Mankell y su Kurt Wallander no había leído a ningún sueco. Fue todo un hallazgo que aún celebro. Sin duda Wallander es una ’rara avis’ dentro de la nómina de esos personajes oscuros –policías, detectives e incluso alguna vez delincuentes– que son los que vertebran los relatos del género. Está lejos de Sam Spader, el agente de la Continental, el padre Brown, Hercules Poirot, Miss Marple, Lew Archer, Maigret o Sherlock Holmes, aunque comparte curiosas similitudes con el Carvalho de Vázquez Montalbán y otras, aún más curiosas por la lejanía temática, con un personaje emblemático de otro género, el George Smiley de las novelas de espionaje de John Le Carré.
Wallander es un inspector ’de pueblo’, claro que los pueblos suecos, Ydstad en este caso, situado en plena Escania, no son como los de otros lugares. Es un probo funcionario de policía con un instinto descomunal y una inteligencia que le hace, a su pesar, reflexionar sobre el mundo donde le ha tocado vivir, sobre su entorno inmediato, la Suecia que el ’estado del bienestar perfecto’ convirtió en un presunto paraíso, y de ahí, a través de los distintos casos que tiene que resolver, sobre la situación en el mundo. Llega a todo eso, decía, a su pesar, a trompicones y obligado por su capacidad reflexiva que es la que realmente da consistencia a los libros de la serie. Mankell ha logrado con él uno de esos antihéroes ’de una pieza’, creíbles y tan sólidos en su verismo que su sola presencia tiñe de intensidad cualquier historia.
Wallander es también un hombre con un fuerte sentimiento de fracaso personal e incluso profesional. La ruptura de su matrimonio, los interrogantes que le plantea su profesión y los que le suscita el avance desmadejado de un mundo que empieza a no comprender le otorgan un perfil de un ser abrumado por las dudas que tiene que convertirse en un hombre ’de acción’ por la obligación implícita de su compromiso con un código ético que cualquier ser humano razonable compartiría sin titubeos.
Al mismo tiempo, Wallander muestra un sentimiento de desarraigo que le dota de una especial sensibilidad hacia los desposeídos. Mankell lo ha hecho sensible a los inmigrantes, que aparecen en varias de sus novelas como ese ’riesgo’ en el que las tendencias más conservadoras de los países ’ricos’ tienden a converir a quienes buscan una vida mejor más allá de sus lugares de origen. También lo ha hecho ’rebelde’ con los poderosos y crítico con las injusticias sociales y políticas que tienen lugar en países ubicados tan lejos del paraíso sueco. Wallander no es por ello un hombre con ideales ni un intelectual, es sólo un hombre normal que debe resolver, paso a paso, cada una de las desgracias con las que se encuentra, lo que le obliga, en cada caso, a tomar postura, a decicir, a no ser ajeno al sufrimiento ajeno y a no darle la espalda.
La inmigración, un asunto que interesa de modo señero a su creador (no en vano, Mankell vive en Mozambique, donde dirige una compañía de teatro) aparece en ’Asesinos sin rostro’ y ’La falsa pista’. Su preocupación por lo que sucedía en el ámbito inmediato de Suecia, lo centra en la descomposición de la URSS y su impacto en uno de los países bálticos, en ’Los perros de Riga’. Su inquietud por la situación de África queda patente en ’La leona blanca’. Su enfrentamiento a los poderosos, multimillonarios que basan sus descomunales fortunas en esa delincuencia ’inalcanzable’ queda expuesto en ’El hombre sonriente’.
Tal vez el más ’americanizado’ de sus libros sea ’Pisando los talones’, en el que Wallander debe enfrentarse a un ’serial killer’ un tanto fuera de lugar para la tranquila Suecia, pero en el que logra mantener un ritmo trepidante que hace que no decaiga el interés en ningún momento. Es curioso que, siendo tal vez su peor libro, vaya a convertirse, por ese lenguaje cinematográfico tan poco habitual en sus otras novelas y que recuerda mucho a las de Thomas Harris, el padre de Hannibal Lecter , la primera que sea llevada al cine. Otro atípico director, el holandes Paul Verhoven, parece que será el encargado de su rodaje. Esperemos que no nos conviertan al bueno de Wallander, con sus problemas de sobrepeso y su angustia vital, en un fornido policía de arrollador atractivo para el sexo opuesto, como acostumbra Hollywood a hacer con los iconos literarios alejados de lo apolíneo.
Una advertencia importante. La traducción del sueco no debe ser nada fácil y la ’dureza’ narrativa consiguiente al volcar el texto original al español puede dar la impresión para quien se enfrente por primera vez a los libros de Mankell de que son ’algo pesados’. Nada más lejos de la realidad. Salvo la reseñada excepción de ’Pisando los talones’ el ritmo es pausado y europeo, hay que olvidarse del estilo estandarizado de los ’best seller’ americanos y entender que Ydstad no es Nueva York ni Wallander un seductor infalible. Es todo más intimista, quietista, pero cuando uno se hace con el estilo, es una delicia leer los libros. No tengo datos de ’Comedia infantil’, una obra en la que Mankell aborda su preocupación por África a través de la historia de un niño de diez años, pero, si mantiene el ’compromiso’ del autor en las novelas de Wallander, seguro que es interesante.
Este link os llevará a las obras de Mankell publicadas por Tusquets en español:
http://www.geocities.com/cultura_nordica/Henning_Mankell.html

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